miércoles, 25 de marzo de 2009

Ataque de pánico

Así, sin más y frente al vacio, repentinamente me viene la sensatez que enfrenta a todas mis sensaciones con la posibilidad de morir, siento en mi cuerpo el pánico a plenitud sin que haya amenza que lo provoque. Por alguna razón, se apodera de mí súbitamente, un estado de alarma sin sentido, y con la adrenalina a flor de piel, lejos de cualquier peligro, mis manos transpiran el perfume de la angustia.
Es claro que no es la muerte en sí lo que me aterra, sino su inexorable posibilidad, su viabilidad, su potencia. De esto puedo estar totalmente seguro, pues en esos momentos en los que el miedo me absorbe, no hay sujetos o cosas que me circunden en los cuales pueda depositar la causa de semejante estado de ánimo. Es un miedo que simplemente no tendría por qué sentir si no fuera precisamente, porque la posibilidad de morir se encuentra ahí, como una nada con toda su fuerza.
Ante la claridad de esta nada y con la convicción de su posibilidad, advierto algo más profundo, y es que cuando expreso el miedo a morir, no me refiero a la muerte como sinónimo del momento en el cual culmina la agonía. Sé que no voy a morir, no existe ninguna situación de riesgo frente a mí en esos momentos. Y tampoco me refiero a la muerte de éste ó aquel ser que pudieran estar siendo amenazados frente a mí, siendo yo un mero espectador fuera de peligro, no, me refiero más bien a la muerte en su interpretación alegórica de realidad exterminadora, de crepúsculo de lo existente independientemente de su situación ontológica.
Repentinamente me asusta la posibilidad de que el mundo devenga. Es extraño, pero existe un océano inmenso que distingue entre el seguro y firme continente que sabe de cierto que va a morir, y el individuo activo que vive la vida entre las olas, y al cual neptuno, le ha revelado la posibilidad de morir.
Siento en la piel el filo de todas las navajas.
Me llega del horizonte un sabor ajeno.
Tengo miedo, pues siento en la tierra que piso, el paso de un mundo nuevo.

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